martes, 2 de septiembre de 2014

Fragmentos




EL ANTIFAZ DE LOS BRISTOL

(Fragmento)






Los Fisher llegaron a Abilene en el verano de 1982, cuando el pueblo no pasaba de cinco mil habitantes. Ellos dijeron que eran originarios de Duluth, pero que un buen día decidieron mudarse sin imaginar que terminarían estableciéndose en Abilene. 
De todas formas, el cambio resultaba un tanto insólito, pues Duluth era un puerto de gran industria, mientras que Abilene era tan solo un minúsculo pueblo de Kansas. 
Pero en Abilene a nadie se le ocurrió averiguar si en verdad los Fisher eran originarios de Duluth, o si provenían de alguna otra parte, pues daba igual de dónde vinieran, y ello hizo que al poco tiempo se los considerara como una familia natural de Abilene y no como unas gentes de origen incierto. 
A pesar de su aire foráneo, un aire de refinamiento involuntario, los Fisher procuraron mostrarse como una familia común y corriente y pusieron todo su empeño en no llamar la atención demasiado. La familia estaba compuesta por cuatro; el padre, la madre, y dos niños pequeños. En cuanto a sus edades, Richard Fisher el padre andaría por los cuarenta; bien parecido, de cabellos rubios y ojos de un matiz gris celeste, refrigerados por cierto brillo de recelosa cautela. En contraste, Carol, la esposa, diez años menor que el marido, era una mujer afable, de fino pelo castaño y la piel de un moreno suave, con delicados ojos marrones. Vinieron con dos hijos pequeños; Edward, quien por entonces tenía cuatro años, y David, que era apenas un infante de brazos. Edward era un chiquillo relleno, bastante parecido a la madre, mientras que David era un rubito vivaz de grandes ojos azules. Lo que no imaginaron jamás las buenas gentes del pueblo fue que los Fisher no se llamaban así, ni eran lo que pretendían ser, una simple familia americana que se había mudado a Abilene en busca de un ambiente tranquilo, y mucho menos sospecharon tampoco que su pasado escondía un secreto que los mantenía huyendo por varias generaciones.
Richard Fisher se llamaba en realidad Peter Bristol y era de ascendiente irlandés, aunque nacionalizado alemán, mientras que Carol se llamaba en realidad Laura Fabre, y era de nacionalidad portuguesa, aunque poseía también ciudadanía alemana. Largos años de emigraciones por varios países de Europa habían hecho de los Fisher algo más difícil de rastrear que la huella de un pez en el agua. Tampoco los hijos de los Fisher habían sido bautizados con los nombres que llevaban ahora mismo, ni habían nacido en los Estados Unidos de América, como constaba en sus documentos actuales, sino que los dos habían nacido en Italia.
(Continúa...)




 

 
WHISKEY IN THE JAR


(Tomado de Los territorios del lobo)

La tarde que tropecé sin pensar con la famosa cantina de Belisario, de camino al desierto de Cazaderos, no imaginé que fuera a cambiar mi suerte de forma tan radical. Yo montaba una mula briosa y había hecho menos tiempo de lo previsto, ya que  no hubo lobos que se me cruzaran por el camino. Así que al ver esa cantina al paso decidí detenerme un rato para remojar un poco el gaznate y darle un respiro a mi mula.
La cantina de Belisario era famosa. no obstante hallarse en un sitio desangelado. De hecho, resultaba extraño toparse con esa cantina en aquel paraje desértico. Pero la cantina era célebre en todo el sur y hasta en el norte del Perú habían oído hablar de ella. Probablemente, su fama se debía a que a partir de ese punto la ruta que bajaba desde Celica se bifurcaba en dos caminos distintos: el camino que iba a dar al Perú, y el camino que iba a morir en el desierto de Cazaderos. Viéndolo bien, los caminos formaban entre sí una especie de ye invertida, lo cual era interpretado por muchos como un signo de condenación.
El untuoso olor de las velas de sebo me devolvió con fidelidad asombrosa una serie de sensaciones inconfundibles que solo el olfato puede rescatar del olvido: nuevamente se materializó ante mí la impresión de las paredes de tabla, las toscas mesas sobre el piso de tierra y las mismas sombras oscilando en un ambiente fantasmagórico. Lo cual me hizo recordar a su vez lo que se decía de esa cantina: que a veces se desvanecía en la niebla, como si se tratara de una aparición ilusoria. Pero en la cantina todo seguía igual que antes y tras la puerta colgaba todavía el mismo viejo calendario de la Royal Crown Cola, plagado de cagarrutas de mosca, mostrando a una rubia exuberante que se echaba la cabellera hacia atrás mientras se desabotonaba sensualmente la blusa. 
Al fondo de la cantina vi a un hombre velado por la penumbra de su sombrero de paño.  Y Belisario, tras el mostrador, como siempre, con el tabaco a medio consumir en los labios:
—¿Qué tienes de beber, Belisario?
—¿Qué quieres beber? —respondió.
—¿Sería mucho pedir un vaso de whisky?
—Aquí nada es mucho pedir.



(Continúa)

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